El Amor: 12 - María de Magdala



Escrito I
2ª parte - EL AMOR



12- María de Magdala


El día amaneció caluroso en Jerusalén. En el hotel el aire acondicionado brillaba por su ausencia, nada parecía funcionar, quizás la metralla de la bomba que un suicida palestino explotó el día anterior afectó la instalación eléctrica. La sangre inocente seguía derramándose a cuentagotas un día sí, otro también.
Me asomé al balcón esperando que alguna ráfaga de viento desviara su camino y me refrescara. Un rayo de luz me deslumbró. Mi mente recorrió en un instante los casi dos mil años que me separaban de otro tiempo, otra Jerusalén, otra morada…

Desde la ventana de la estancia donde dormimos vi al Maestro en el patio interior de la vivienda de José de Arimatea. Un viejo olivo en el centro y un pozo era todo lo que había en él. Extraía agua María. El Maestro contemplaba en silencio sentado junto al olivo la escena, ella se le acercó con un cántaro lleno de agua:
—Rabí —le preguntó con su cálida voz—, ¿quieres un poco?
—Sí
—le contestó Él—, hoy va a ser un día caluroso. La primavera está cercana y el Sol nos está bañando con su luz cada vez con más intensidad, nada le detiene en su viaje celestial.

Absorto les observaba. ¡Cuántas palabras se vertían sobre ellos sin conocimiento! Sí, era cierta la pasión que ella profesaba por la figura del Maestro, pero no difería en nada por la que otros también sentíamos por Él. Sólo algunas envidias generaban falsos rumores. Aquellos que no veían con buenos ojos que tratara el Maestro por igual a hombres y mujeres no dejaban pasar ocasión de manifestarlo públicamente. Él nos ama a todos por igual, sin ninguna distinción.
El Maestro nos conocía aún mejor que nuestros padres, sabía de nuestras debilidades y nos trataba con sumo cariño y respeto. Era paciente y no dejaba de decirnos que en cada uno de nosotros estaba en plenitud la grandeza del Universo. Claro que, no todos lo interpretábamos del mismo modo, nuestras personalidades a veces hacían que la humildad que Él nos solicitaba tan encarecidamente, no surgiera.

—¡María! ¡Descansa un poco y siéntate! —exclamó el Maestro―. Te vengo hablando con insistencia de los planes de mi Padre para con vosotros, tú especialmente tienes un papel muy importante en sus designios. El hombre lleva siglos gobernando con mano dura, imponiendo sus criterios y en la mayoría de las ocasiones anulando la sensibilidad, la belleza y la intuición que vosotras representáis. Aún queda mucho tiempo para que este desequilibrio termine, pero la semilla está plantada y sin ninguna duda germinará en su momento. Debes conservar, generación tras generación, hasta mi vuelta, la verdad que vive adormecida en ti.

—¡Rabí! ¿Dónde vas? ¿Nos abandonas?
—con preocupación preguntó María.
—Nada has de temer —sonriente le contestó―. Aunque no me veas, siempre estaré a tu lado y al lado de todas tus hermanas y hermanos. En la Casa de nuestro Padre ya están preparados los aposentos que por derecho os corresponden, nadie puede arrebatároslos.

—Los ciclos del Sol como los de las demás estrellas hay que respetarlos. Ten por seguro que la balanza se inclinará una vez más a vuestro favor y la humanidad abrirá unos pétalos más de la flor en la que os estáis convirtiendo, la más bella flor del Paraíso. Vuestras cualidades femeninas harán bien su trabajo. No lo dudes. Y después, en una armonía que nunca conoció este mundo, trabajaréis al unísono para expandir la Verdad y el Amor por el Universo. Mas antes, muchos rostros has de mostrar, pero no olvides que tras ellos un solo Espíritu les alienta, nuestro Padre vive en Él por siempre. No lo olvides María de Magdala.

Embelesado continué contemplándoles. María, con su cabello moreno al descubierto; su estatura algo superior a la media; su belleza exterior reflejando la interior, con una fuerte personalidad. Era su humildad lo que más destacaba en ella, se apreciaba que en el norte la mujer estaba mejor considerada que aquí en Jerusalén. Y Él con su túnica de lino blanco…
Llenaban de paz el lugar. No dejaba de escuchar con suma atención las palabras que el Maestro le comunicaba a María. Muchas preguntas se agolpaban en mi mente, pero no era tiempo de interrogaciones sino de vivir con intensidad cada instante junto a ellos. Él nos iba dando con sutileza y sabiduría aquello que necesitábamos en cada momento, nunca dejó de hacerlo.

Una brisa de viento helado me erizó el bello. ¡Por fin el aire acondicionado funcionaba! Me trajo a la realidad de otro tiempo, el actual. ¡Cuánta verdad y sabiduría en su Palabra! Ésta, se iba cumpliendo a través de los tiempos, pues los pétalos de la flor al calor del Sol del Padre están mostrando, aún tímidamente, el fruto que encierra, mas su perfume se extiende inexorablemente por toda la Tierra alterando el desequilibrio de siglos y siglos de oscuridad.
¡La oscuridad está desapareciendo en la Luz que la creó!

Y en la calle unos niños, judíos y palestinos, juegan juntos con una pelota ajenos por completo al mundo que les rodea, son el futuro…



Dedico esta entrada a ti, mujer.


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